Investigación, análisis y opinión del humanismo contemporáneo


Richard K. Moore: El plan de la élite para un nuevo orden social mundial

Cuando comenzó la Revolución Industrial en Gran Bretaña, a fines de los años 1800, se podía ganar mucho dinero invirtiendo en fábricas e industrias, abriendo nuevos mercados, y obteniendo el control de fuentes de materias primas. Los que tenían más dinero para invertir, sin embargo, no se encontraban tanto en Gran Bretaña sino más bien en Holanda. 
Por Richard K. Moore | Global Research  2011.10.28 | New Dawn Magazine 2011.10.20 | Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens. 
Holanda había sido la mayor potencia occidental en los años 1600, y sus banqueros eran los principales capitalistas. A la busca de beneficios, el capital holandés fluyó hacia el mercado bursátil británico, y así los holandeses financiaron el ascenso de Gran Bretaña, que luego eclipsó a Holanda económica y geopolíticamente.

De esta manera el industrialismo británico llegó a ser dominado por inversionistas acaudalados, y el capitalismo se convirtió en el sistema económico dominante. Esto condujo a una gran transformación social. Gran Bretaña había sido esencialmente una sociedad aristocrática, dominada por familias terratenientes. A medida que el capitalismo llegaba a ser económicamente dominante, los capitalistas llegaron a ser dominantes en la política. Las estructuras tributarias y las políticas de importación-exportación fueron gradualmente modificadas para favorecer a los inversionistas por sobre los terratenientes.

Ya no era económicamente viable mantener simplemente una propiedad en el campo: había que desarrollarla, convertirla para un uso más productivo. Los dramas victorianos están repletos de historias de familias aristocráticas que enfrentan tiempos difíciles, y se ven obligadas a vender sus propiedades. Por propósitos dramáticos, esa decadencia es generalmente atribuida a un defecto de algún carácter, tal vez un primogénito débil. Pero en los hechos la decadencia de la aristocracia formaba parte de una transformación social más amplia causada por el ascenso del capitalismo.

El negocio del capitalista es la administración de capital, y esa administración es manejada generalmente a través de la mediación de bancos y casas de corretaje. No sería sorprendente que los banqueros de inversión llegaran a ocupar la cúspide de la jerarquía de la riqueza y el poder. Y de hecho, hay un puñado de familias de banqueros, incluidos los Rothschild y los Rockefeller, que ha llegado a dominar los asuntos económicos y políticos en el mundo occidental.

A diferencia de los aristócratas, los capitalistas no están ligados a un sitio, o al mantenimiento de un lugar. El capital es desleal y móvil – fluye a donde se puede encontrar el mayor crecimiento, tal como fluyó de Holanda a Gran Bretaña, luego de Gran Bretaña a EE.UU., y hace poco de todas partes a China. Tal como una mina de cobre puede ser explotada y luego abandonada, bajo el capitalismo toda una nación puede ser explotada y luego abandonada, como lo vemos en las áreas industriales oxidadas de EE.UU. y Gran Bretaña.

Este desapego por el lugar conduce a un diferente tipo de geopolítica bajo el capitalismo, en comparación con la aristocracia. Un rey va a la guerra cuando ve una ventaja para su nación al hacerlo. Los historiadores pueden ‘explicar’ las guerras de los días pre-capitalistas, en términos del engrandecimiento de monarcas y naciones.

Un capitalista provoca una guerra a fin de lograr beneficios, y de hecho las familias bancarias de nuestra elite han financiado ambos lados de la mayoría de los conflictos militares desde por lo menos la Primera Guerra Mundial. Por ello los historiadores tienen problemas para ‘explicar’ la Primera Guerra Mundial en términos de motivación y objetivos nacionales.

En los días pre-capitalistas la guerra era como el ajedrez: cada lado trataba de ganar. Bajo el capitalismo la guerra es más bien como un casino, en el cual los jugadores participan mientras pueden conseguir dinero para más chips, y el ganador siempre resulta ser la banca– los banqueros que financian la guerra y deciden quién será el último en resistir. Las guerras no son solo las más lucrativas de todas las empresas capitalistas, sino al elegir a los vencedores, y administrar la reconstrucción, las familias bancarias de la élite logran, con el pasar del tiempo, adecuar la configuración geopolítica para que sirva sus propios intereses.

Las naciones y las poblaciones son solo peones en sus juegos. Millones mueren en las guerras, infraestructuras son destruidas, y mientras el mundo se lamenta, los banqueros cuentan sus ganancias y hacen planes para sus inversiones en la reconstrucción de posguerra.

Desde su posición de poder, como financistas de gobiernos, las élites bancarias han perfeccionado con el tiempo sus métodos de control. Manteniéndose siempre entre bastidores, tiran las cuerdas que controlan a los medios, los partidos políticos, las agencias de inteligencia, los mercados bursátiles, y las oficinas gubernamentales. Y tal vez la mayor palanca de poder es su control sobre las monedas. Mediante su timo de los bancos centrales, causan ciclos de auge y ruina, imprimen dinero de la nada y luego lo prestan con intereses a los gobiernos. El poder de la pandilla bancaria de la elite (los ‘banksters’) es absoluto y sutil
Algunos de los hombres más importantes de EE.UU. tienen miedo de algo. Saben que hay un poder en algún sitio, tan organizado, tan sutil, tan vigilante, tan entrelazado, tan completo, tan dominante que más vale que no hablen en voz alta cuando lo hacen para condenarlo. – Presidente Woodrow Wilson.
El fin del crecimiento – los banksters contra el capitalismo
Siempre fue inevitable, en un planeta finito, que habría un límite para el crecimiento económico. La industrialización posibilitó que hayamos acelerado precipitadamente hacia ese límite durante los últimos dos siglos. La producción se ha hecho cada vez más eficiente, los mercados cada vez más globales, y finalmente el paradigma del crecimiento perpetuo ha llegado al punto de la disminución de la rentabilidad.

Por cierto, a ese punto ya se llegó cerca de 1970. Desde entonces el capital no ha buscado tanto el crecimiento mediante un aumento de la producción, sino más bien mediante la extracción de mayores rendimientos de niveles de producción relativamente limitados. De ahí la globalización, que transfirió la producción a áreas de bajos salarios, asegurando mayores márgenes de beneficios. De ahí la privatización, que transfiere a inversionistas las corrientes de ingresos que antes llegaban a los tesoros nacionales. De ahí mercados de derivados y divisas, que crean la ilusión electrónica de crecimiento económico, sin producir nada efectivamente en el mundo real.
Durante casi cuarenta años, el sistema capitalista se mantuvo mediante estos diversos mecanismos, ninguna de los cuales fue productivo en algún sentido real. Y entonces, en septiembre de 2008, el castillo de naipes se desplomó, de repente, poniendo de rodillas al sistema financiero global.

Si se estudia el colapso de las civilizaciones, se aprende que esa incapacidad de adaptación es fatal. ¿Está cayendo en esa trampa nuestra civilización? Tuvimos dos siglos de verdadero crecimiento, en los cuales la dinámica de crecimiento del capitalismo estuvo en armonía con la realidad del crecimiento industrial. Luego tuvimos cuatro décadas de crecimiento artificial – el capitalismo sustentado por un castillo de naipes. Y ahora, después del colapso del castillo de naipes, parece que se hace todo esfuerzo posible por producir ‘una recuperación’ – ¡del crecimiento! Es muy fácil obtener la impresión de que nuestra civilización se encuentra en un proceso de colapso, basado en el principio de la incapacidad de adaptación.

Una impresión semejante sería parcialmente correcta y parcialmente equivocada. A fin de comprender la situación real tenemos que hacer una clara distinción entre la elite capitalista y el propio capitalismo. El capitalismo es un sistema económico impulsado por el crecimiento; la elite capitalista es la gente que se las ha arreglado para conseguir el control del mundo occidental durante la operación del capitalismo en los últimos dos siglos. El sistema capitalista ha sobrepasado su fecha de vencimiento, la élite bankster conoce perfectamente ese hecho – y se está adaptando.

El capitalismo es un vehículo que ha ayudado a llevar a los banksters al poder absoluto, y no tienen más lealtad a ese sistema que al lugar, o a cualquier cosa o cualquier persona. Como mencioné anteriormente, piensan a escala global, y naciones y poblaciones son los peones. Definen lo que es dinero y lo emiten, exactamente como el banquero en un juego de Monopoly. También pueden inventar un nuevo juego con otro tipo de dinero. Hace tiempo que han llegado más allá de toda necesidad de depender de algún sistema económico en particular para mantener su poder. El capitalismo fue útil en una era de rápido crecimiento. Ante una era sin crecimiento, se prepara un juego diferente.

Por lo tanto, no se permitió que el capitalismo muriera una muerte natural. En su lugar fue derribado mediante una demolición controlada. Primero lo pusieron en un sistema de soporte vital, como mencionamos anteriormente, con globalización, privatización, mercados cambiarios, etc. Luego le inyectaron una solución eutanásica, en la forma de burbujas inmobiliarias y derivados tóxicos. Finalmente, el Banco de Pagos Internacionales –el banco central de los bancos centrales– canceló el sistema de soporte vital: declaró la regla de ‘valoración a precios de mercado’, que llevó a la insolvencia instantánea de todos los bancos en posesión de riesgos, aunque tardó un tiempo antes de que fuera aparente. Cada paso en este proceso fue cuidadosamente planificado y dirigido por la clique de los bancos centrales.

El fin de la soberanía – La restauración del antiguo régimen
Tal como fue dirigido cuidadosamente el colapso financiero, lo fue el escenario posterior al colapso, con sus programas suicidas de rescate. Los presupuestos nacionales ya estaban puestos al límite; ciertamente no había reservas disponibles para salvar a bancos insolventes. Por lo tanto los compromisos de rescate no eran otra cosa que la aceptación de nuevas deudas astronómicas por los gobiernos. A fin de pagar los compromisos del rescate, ¡hubo que pedir prestado el dinero al mismo sistema financiero que era rescatado!

No era que los bancos fueran demasiado grandes para quebrar, más bien los banksters eran demasiado poderosos para quebrar: hicieron a los políticos una oferta que no podían rechazar. En EE.UU. se dijo al Congreso que sin rescates habría ley marcial a la mañana siguiente. En Irlanda, se dijo a los ministros que habría caos financiero y disturbios en las calles. De hecho, mientras Islandia se manifestaba, la manera sensata de tratar a los bancos insolventes fue un proceso ordenado de suspensión de pagos.

El efecto de los rescates bajo presión fue transferir la insolvencia de los bancos a los tesoros nacionales. Las deudas bancarias fueron transformadas en deudas soberanas y déficits presupuestarios. Ahora, de un modo bastante predecible, son las naciones las que buscan rescates, y esos rescates llegan con condiciones. En lugar de la suspensión de pagos de los bancos, tienen lugar las de las naciones.

En su libro Confesiones de un sicario económico, John Perkins explica cómo se ha coaccionado al Tercer Mundo durante las últimas décadas –mediante presión y trucos de diversos tipos– para que acepten una esclavitud perpetua de endeudamientos. Intencionalmente, las deudas nunca pueden ser pagadas. En su lugar, las deudas deben ser periódicamente refinanciadas, y cada vuelta de refinanciamiento entierra más profundamente a la nación en deudas – y la lleva a someterse a dictados aún más drásticos del FMI. Con el colapso financiero orquestado, y el timo del ‘demasiado grande para quebrar’, los banksters han creado una situación en la que no hay vuelta atrás: los planes del sicario operan ahora aquí en el primer mundo.

En la UE, la primera vuelta de naciones en caer serán los así llamados PIGS –Portugal, Irlanda, Grecia, y España. La ficción de que los PIGS pueden encarar los rescates se basa en la suposición de que se reanudará la era del crecimiento ilimitado. Como lo saben perfectamente los banksters, simplemente no va a suceder. Finalmente los PIGS se verán forzados al default, y entonces el resto de la UE también se derrumbará, todo parte de un proyecto de demolición controlada.

Cuando una nación sucumbe a la esclavitud por la deuda, deja de ser una nación soberana, gobernada por algún tipo de proceso político interno. En su lugar cae bajo el control de los dictados del FMI. Lo que hemos visto en el Tercer Mundo, y sucede ahora en Europa, esos dictados tienen que ver con austeridad y privatización. Las funciones del gobierno son eliminadas o privatizadas, y los activos nacionales son vendidos. Poco a poco –de nuevo una demolición controlada– la nación Estado es desmantelada. Finalmente, las funciones primordiales que le quedan al gobierno son la represión policial de su propia población, y el cobro de impuestos para entregarlos a los banksters.

En los hechos, el desmantelamiento de la nación Estado comenzó mucho antes del colapso financiero de 2008. En EE.UU. y Gran Bretaña comenzó en 1980 con Reagan y Thatcher. En Europa, comenzó en 1988, con el Tratado de Maastricht. La globalización aceleró el proceso de desmantelamiento, a través de la exportación de puestos de trabajo e industrias, programas de privatización, acuerdos de ‘libre comercio’ y el establecimiento de la Organización Mundial de Comercio (OMC), destructora de regulaciones. Los eventos desde 2008 han posibilitado la rápida aceleración de un proceso que ya estaba bien encaminado.

Con el colapso, los rescates, y el hecho de que no haya iniciado ningún tipo de programa efectivo e recuperación, las señales son muy claras: se dejará que el sistema colapse totalmente, allanando así el terreno para una ‘solución’ previamente diseñada. Mientras se desmantela la nación Estado, se establece un nuevo régimen de autoridad global para reemplazarla. Como podemos ver en el caso de la OMC, el FMI, el Banco Mundial, y las otras partes del embriónico gobierno global, el nuevo sistema global no mostrará pretensiones de representación popular o proceso democrático. El gobierno tendrá lugar a través de burocracias autocráticas globales, que recibirán sus órdenes, directa o indirectamente, de la camarilla bankster.

En su libro The Globalization of Poverty [La globalización de la pobreza], Michel Chossudovsky explica cómo la globalización, y las acciones del FMI, crearon una pobreza masiva en todo el Tercer Mundo durante las últimas décadas. Como podemos ver, con el dramático énfasis en la austeridad, después del colapso y los rescates, este proyecto de creación de pobreza ya no tiene vuelta atrás. En este nuevo sistema mundial no habrá ninguna clase media próspera. Por cierto, el nuevo régimen se parecerá en mucho a los antiguos días de la realeza y la servidumbre (el antiguo régimen). Los banksters son la nueva familia real, y todo el mundo será su dominio. Los tecnócratas que dirigen las burocracias globales, y los mandarines que se presentan como políticos en las naciones residuales, son la clase superior privilegiada. El resto de nosotros, la abrumadora mayoría, nos veremos en el papel de los siervos empobrecidos – si tenemos la suerte de ser uno de los supervivientes al proceso de colapso.
Actualmente, los estadounidenses se indignarían si tropas de la ONU entraran a Los Angeles para restaurar el orden; mañana lo agradecerán. Vale especialmente si se les dice que hay una amenaza exterior del más allá, sea real o promulgada, que amenazaría nuestra propia existencia. Entonces todos los pueblos del mundo rogarán a los dirigentes del mundo que los liberen de ese mal. Lo único que todo hombre teme es lo desconocido. Cuando se le presenta ese escenario, renunciará voluntariamente a los derechos individuales a cambio de la garantía de su bienestar otorgada por su gobierno mundial. – Henry Kissinger, hablando en Evian, Francia, 21 de mayo de 1992, reunión de los Bilderberger.
El fin de la libertad – El Estado policial global
Durante las últimas cuatro décadas, desde aproximadamente 1970, hemos estado viviendo un proceso de cambio de régimen, de un antiguo sistema global a un nuevo sistema global. En el antiguo sistema, las naciones del primer mundo eran relativamente democráticas y prósperas, mientras el Tercer Mundo sufría bajo la tiranía de Estados policiales, pobreza masiva, e imperialismo (explotación por potencias extranjeras). Como mencionamos anteriormente, el proceso de transición ha sido caracterizado por un cruce del Rubicón – la introducción al primer mundo de políticas y prácticas, que antes eran limitadas, en la mayor parte, al Tercer Mundo.
Por lo tanto la esclavitud de la deuda con el FMI cruzó el Rubicón, posibilitado por el timo del colapso-rescate. Por su parte, la pobreza masiva está cruzando el mismo Rubicón, debido a medidas de austeridad impuestas por el FMI, con sus nuevos poderes de posesión de bonos. El imperialismo también está cruzando el Rubicón, mientras el primer mundo cae bajo el control explotador de los banksters y sus burocracias, un nexo del poder que es ajeno a todas las identidades nacionales. No es sorprendente que la tiranía del Estado policial también esté cruzando el Rubicón: la imposición de niveles de pobreza del Tercer Mundo requiere métodos de represión del Tercer Mundo.

El movimiento contra la globalización puede ser considerado como el comienzo de la resistencia popular contra el proceso de cambio de régimen. De la misma manera, la reacción policial a las manifestaciones contra la globalización de Seattle, en noviembre de 1999, puede ser interpretada como el ‘cruce del Rubicón’ de la tiranía policial estatal. La violencia excesiva y arbitraria de esa reacción –incluyendo cosas como mantener abiertos los ojos de la gente y pulverizar pimienta en ellos– no tuvo precedentes en acciones contra manifestantes no violentos en una nación del primer mundo.

Irónicamente, la reacción policial, especialmente porque fue tan ampliamente publicitada, fortaleció realmente el movimiento contra la globalización. A medida que las manifestaciones crecían en tamaño y fuerza, la reacción policial se hizo aún más violenta. Un cierto clímax fue alcanzado en Génova, en julio de 2001, cuando los niveles de violencia de ambas partes casi comenzaron a parecer una guerra de guerrillas.

En esos días el movimiento contra la globalización dominaba las páginas de noticias internacionales, y la oposición a la globalización alcanzaba proporciones masivas. El movimiento visible era solo la punta de un iceberg antisistémico. En un sentido muy real, el sentimiento popular general en el primer mundo comenzaba a tomar un giro radical. Los dirigentes del movimiento pensaban ahora en términos de un movimiento anticapitalista. Había volatilidad política en el aire, en el sentido de que, posiblemente, un sentimiento popular ilustrado podría lograr un cambio en el curso de los eventos.

Todo eso cambió el 11 de septiembre de 2001, el día en el que cayeron las torres. El movimiento antiglobalización, junto con la propia globalización, desaparecieron casi enteramente de la conciencia pública en ese día aciago. De repente había un escenario global totalmente nuevo, todo un nuevo circo mediático – con un nuevo enemigo – un nuevo tipo de guerra, una guerra sin fin, una guerra contra fantasmas, una guerra contra el “terrorismo”.

Anteriormente vimos cómo el colapso financiero orquestado de septiembre de 2008 posibilitó que ciertos proyectos existentes fueran rápidamente acelerados, como ser el desmantelamiento de la soberanía, y la imposición de austeridad. Del mismo modo, los eventos de septiembre de 2001 posibilitaron que otros proyectos existentes fueran acelerados considerablemente, como ser el abandono de las libertades civiles y del derecho internacional.

Antes de la caída de las torres, ya habían redactado la “Ley Patriota”, que proclama de manera muy clara que había llegado el Estado policial (a EE.UU.) con toda su fuerza y para quedarse – la Declaración de Derechos perdió su fuerza legal. Antes de mucho tiempo, legislación ‘antiterrorista’ semejante había sido adoptada en todo el primer mundo. Si algún movimiento antisistémico volvía a levantar cabeza en el primer mundo (como lo hizo, por ejemplo, recientemente en Grecia), se podrían poner en práctica poderes policiales arbitrarios –tantos como fuera necesario– para aplastar la resistencia. No se permitiría que ningún movimiento popular desbaratara los designios de cambio de régimen de los banksters. El movimiento antiglobalización había estado gritando: ‘así es la verdadera democracia’. Con el 11-S, los banksters replicaron: ‘así es la verdadera opresión’.

Los eventos del 11-S llevaron directamente a las invasiones de Iraq y Afganistán, y en general ayudaron a crear un clima en el cual se pudo justificar fácilmente las invasiones de naciones soberanas, con una u otra excusa. El derecho internacional fue abandonado de un modo tan exhaustivo como lo fueron las libertades civiles. Tal como se eliminó toda restricción de las intervenciones policiales interiores, se eliminó toda restricción de las intervenciones militares geopolíticas. Nada debía ponerse en el camino de los planes de cambio de régimen de los banksters.
La era tecnotrónica involucra la aparición gradual de una sociedad más controlada… dominada por una elite, no limitada por valores tradicionales… esta elite no dudaría en lograr sus objetivos políticos utilizando las últimas técnicas modernas para influenciar la conducta pública… La persistencia de la crisis social, la emergencia de una personalidad carismática, y la explotación de medios de masas para obtener la confianza pública serían los escalones en la transformación de a poco de EE.UU. en una sociedad altamente controlada… Además, podría ser posible –y tentador– explotar para fines políticos estratégicos los frutos de la investigación sobre el cerebro y la conducta humana – Zbigniew Brzezinski, La era tecnotrónica, 1970.
La era post capitalista – Nuevos mitos para una nueva cultura
Puede que 2012 no sea el año exacto, pero cuesta ver que la jugada final dure mucho más – y los amos del universo aman el simbolismo, como en 11-S (tanto en Chile como en Manhattan), ELK007, y otros. 2012 está cargado de simbolismo, por ejemplo el Calendario Maya, e Internet es un hervidero de diversas profecías relacionadas con 2012, estrategias de supervivencia, espera de intervenciones alienígenas, etc. Y luego está la cinta de Hollywood, 2012, que presenta explícitamente el fin de la mayor parte de la humanidad, y la salvación planificada previamente de unos pocos. Uno nunca sabe con las producciones de Hollywood, lo que es fantasía escapista, y lo que apunta a preparar simbólicamente la mente del público para lo que vendrá.

Sea cual sea la fecha exacta, toda la serie se entrelazará, geopolítica e interiormente, y el mundo cambiará. Será una nueva era, tal como el capitalismo fue una nueva era después de la aristocracia, y la Alta Edad Media siguió a la era del Imperio Romano. Cada era tiene su propia estructura, su propia economía, sus propias formas sociales, y su propia mitología. Esas cosas deben relacionarse coherentemente entre sí, y su naturaleza proviene de relaciones de poder y de circunstancias económicas fundamentales del sistema.

Cada vez que hay un cambio de era, la era anterior es satanizada en una nueva mitología. En la historia del Jardín del Edén la serpiente es satanizada – un símbolo reverenciado en el paganismo, el predecesor del monoteísmo. Con la aparición de las naciones Estado europeas, fue satanizada la Iglesia Católica, y se introdujo el protestantismo. Cuando llegaron las repúblicas, la satanización de los monarcas fue una parte importante del proceso. En el mundo posterior a 2012, se satanizará la democracia y la soberanía nacional. Esto será muy importante, para conseguir que la gente acepte un régimen totalitario arbitrario…

En esos terribles días tenebrosos, antes de la bendita unificación de la humanidad, la anarquía reinaba en el mundo. Una nación atacaba a otra, nada mejor que los depredadores en la selva. Las naciones no tenían coherencia a largo plazo; los votantes pasaban de un partido al otro, manteniendo siempre en transición y confusión a los gobiernos. ¿Cómo pudo llegar alguien a pensar que las masas de gente semieducada podrían gobernarse, o dirigir una sociedad compleja? La democracia era un experimento mal concebido que condujo solo a la corrupción y al gobierno caótico. ¡Qué suerte tenemos de estar en este mundo tan ordenado, en el cual la humanidad ha llegado finalmente a crecer, y en el cual aquellos con la mejor experticia toman las decisiones para todo el globo!

El capitalismo tiene que ver con crecimiento, progreso, y cambio. Bajo el capitalismo las virtudes de ambición, iniciativa y competitividad son elogiadas, porque esas virtudes sirven la dinámica del capitalismo. La gente es alentada a acumular cada vez más, y a no darse jamás por satisfecha con lo que tiene. Bajo el capitalismo, la gente tiene que tener un poco de libertad, y un poco de prosperidad, para que la dinámica del capitalismo pueda operar. Sin una cierta libertad, la ambición no puede motivar; sin prosperidad ¿cómo se puede lograr la acumulación? En el mundo post capitalista, las virtudes capitalistas serán satanizadas. Será muy importante para lograr que la gente acepte la pobreza y la regimentación…

La busca de dinero es la raíz de todo mal, y el sistema capitalista es inherentemente corrupto y derrochador. La anarquía reinaba en el mercado, mientras las corporaciones buscaban a ciegas beneficios, sin preocuparse por las necesidades humanas o por la Tierra. Cuánto más sensatas son nuestras brigadas de trabajo, que producen solo lo necesario, y usan solo lo que es sustentable. El capitalismo alentaba la codicia y el consumo; la gente luchaba para competir los unos contra los otros, por ‘ser los primeros’ en la carrera de ratas. Cuánto más sabios somos ahora, que vivimos con nuestras cuotas racionadas, y aceptamos los deberes que se nos asignan, sean cuales sean, sirviendo a la humanidad.

En este cambio de régimen que introduce la era post capitalista, vemos una orquestación consciente de economía, política, geopolítica y mitología – como un proyecto coordinado. Se está creando toda una nueva realidad, toda una nueva cultura global. Cuando se trata del tema, la capacidad de transformar la cultura es la máxima forma de poder. En solo una generación, una nueva cultura se convierte “en así son las cosas”. ¿Y qué, podemos preguntar, podría bloquear el camino de algunas futuras manipulaciones del régimen cultural que pueda prever la familia real bankster?

Desde que se introdujo la educación pública, el Estado y la familia han competido por controlar el condicionamiento de la infancia – y en la infancia se transmite la cultura a la próxima generación. En el micro-administrado futuro post capitalista, es muy probable que veamos la ‘solución final’ del control social, o sea que el Estado monopolice la educación de los niños. Eso eliminaría de la sociedad el lazo entre padre e hijo, y de ahí los lazos relacionados con la familia en general. Ya no existe un concepto de parientes, solo de otros miembros de la colmena. La familia debe ser satanizada. Aquí en Irlanda, ya hay anuncios publicitarios en la televisión que dramatizan los sufrimientos de niños que son abusados o descuidados por sus padres…

Qué horribles eran esos días, cuando parejas sin permiso, sin capacitación, tenían control total sobre niños vulnerables, tras puertas cerradas, con todas las neurosis, adicciones, o perversiones que los padres llegaran a tener. ¿Cómo existió durante tanto tiempo ese vestigio de esclavitud patriarcal, la guarida refugio del abuso infantil, sin ser reconocida por lo que era? Cuánto mejor nos va ahora, con niños educados científicamente, por personal capacitado, que les enseña disciplina y valores sanos.

Este artículo apareció primero en New Dawn Nº 128 (septiembre-octubre de 2011).
RIchard K Moore, es un expatriado de Silicon Valley en retiro, emigrado a Irlanda en 1994 para comenzar su ‘verdadero trabajo’ – tratar de comprender cómo funciona el mundo, y cómo podemos mejorarlo. Muchos años de investigación y escritura culminaron en su libro ampliamente aclamado Escaping the Matrix: How We the People Can Change the World (The Cyberjournal Project, 2005).

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