Cuando
comenzó la Revolución Industrial en Gran Bretaña, a fines de los años
1800, se podía ganar mucho dinero invirtiendo en fábricas e industrias,
abriendo nuevos mercados, y obteniendo el control de fuentes de materias
primas. Los que tenían más dinero para invertir, sin embargo, no se
encontraban tanto en Gran Bretaña sino más bien en Holanda.
Por Richard K. Moore | Global Research 2011.10.28 | New Dawn Magazine 2011.10.20 | Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.
Holanda había sido la mayor potencia occidental en los años 1600, y sus banqueros eran los principales capitalistas. A la busca de beneficios, el capital holandés fluyó hacia el mercado bursátil británico, y así los holandeses financiaron el ascenso de Gran Bretaña, que luego eclipsó a Holanda económica y geopolíticamente.
Por Richard K. Moore | Global Research 2011.10.28 | New Dawn Magazine 2011.10.20 | Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens.
Holanda había sido la mayor potencia occidental en los años 1600, y sus banqueros eran los principales capitalistas. A la busca de beneficios, el capital holandés fluyó hacia el mercado bursátil británico, y así los holandeses financiaron el ascenso de Gran Bretaña, que luego eclipsó a Holanda económica y geopolíticamente.
De
esta manera el industrialismo británico llegó a ser dominado por
inversionistas acaudalados, y el capitalismo se convirtió en el sistema
económico dominante. Esto condujo a una gran transformación social. Gran
Bretaña había sido esencialmente una sociedad aristocrática, dominada
por familias terratenientes. A medida que el capitalismo llegaba a ser
económicamente dominante, los capitalistas llegaron a ser dominantes en
la política. Las estructuras tributarias y las políticas de
importación-exportación fueron gradualmente modificadas para favorecer a
los inversionistas por sobre los terratenientes.
Ya
no era económicamente viable mantener simplemente una propiedad en el
campo: había que desarrollarla, convertirla para un uso más productivo.
Los dramas victorianos están repletos de historias de familias
aristocráticas que enfrentan tiempos difíciles, y se ven obligadas a
vender sus propiedades. Por propósitos dramáticos, esa decadencia es
generalmente atribuida a un defecto de algún carácter, tal vez un
primogénito débil. Pero en los hechos la decadencia de la aristocracia
formaba parte de una transformación social más amplia causada por el
ascenso del capitalismo.
El
negocio del capitalista es la administración de capital, y esa
administración es manejada generalmente a través de la mediación de
bancos y casas de corretaje. No sería sorprendente que los banqueros de
inversión llegaran a ocupar la cúspide de la jerarquía de la riqueza y
el poder. Y de hecho, hay un puñado de familias de banqueros, incluidos
los Rothschild y los Rockefeller, que ha llegado a dominar los asuntos
económicos y políticos en el mundo occidental.
A
diferencia de los aristócratas, los capitalistas no están ligados a un
sitio, o al mantenimiento de un lugar. El capital es desleal y móvil –
fluye a donde se puede encontrar el mayor crecimiento, tal como fluyó de
Holanda a Gran Bretaña, luego de Gran Bretaña a EE.UU., y hace poco de
todas partes a China. Tal como una mina de cobre puede ser explotada y
luego abandonada, bajo el capitalismo toda una nación puede ser
explotada y luego abandonada, como lo vemos en las áreas industriales
oxidadas de EE.UU. y Gran Bretaña.
Este
desapego por el lugar conduce a un diferente tipo de geopolítica bajo
el capitalismo, en comparación con la aristocracia. Un rey va a la
guerra cuando ve una ventaja para su nación al hacerlo. Los
historiadores pueden ‘explicar’ las guerras de los días
pre-capitalistas, en términos del engrandecimiento de monarcas y
naciones.
Un
capitalista provoca una guerra a fin de lograr beneficios, y de hecho
las familias bancarias de nuestra elite han financiado ambos lados de la
mayoría de los conflictos militares desde por lo menos la Primera
Guerra Mundial. Por ello los historiadores tienen problemas para
‘explicar’ la Primera Guerra Mundial en términos de motivación y
objetivos nacionales.
En
los días pre-capitalistas la guerra era como el ajedrez: cada lado
trataba de ganar. Bajo el capitalismo la guerra es más bien como un
casino, en el cual los jugadores participan mientras pueden conseguir
dinero para más chips, y el ganador siempre resulta ser la banca– los
banqueros que financian la guerra y deciden quién será el último en
resistir. Las guerras no son solo las más lucrativas de todas las
empresas capitalistas, sino al elegir a los vencedores, y administrar la
reconstrucción, las familias bancarias de la élite logran, con el pasar
del tiempo, adecuar la configuración geopolítica para que sirva sus
propios intereses.
Las
naciones y las poblaciones son solo peones en sus juegos. Millones
mueren en las guerras, infraestructuras son destruidas, y mientras el
mundo se lamenta, los banqueros cuentan sus ganancias y hacen planes
para sus inversiones en la reconstrucción de posguerra.
Desde
su posición de poder, como financistas de gobiernos, las élites
bancarias han perfeccionado con el tiempo sus métodos de control.
Manteniéndose siempre entre bastidores, tiran las cuerdas que controlan a
los medios, los partidos políticos, las agencias de inteligencia, los
mercados bursátiles, y las oficinas gubernamentales. Y tal vez la mayor
palanca de poder es su control sobre las monedas. Mediante su timo de
los bancos centrales, causan ciclos de auge y ruina, imprimen dinero de
la nada y luego lo prestan con intereses a los gobiernos. El poder de la
pandilla bancaria de la elite (los ‘banksters’) es absoluto y sutil
Algunos de los hombres más importantes de EE.UU. tienen miedo de algo. Saben que hay un poder en algún sitio, tan organizado, tan sutil, tan vigilante, tan entrelazado, tan completo, tan dominante que más vale que no hablen en voz alta cuando lo hacen para condenarlo. – Presidente Woodrow Wilson.
El fin del crecimiento – los banksters contra el capitalismo
Siempre
fue inevitable, en un planeta finito, que habría un límite para el
crecimiento económico. La industrialización posibilitó que hayamos
acelerado precipitadamente hacia ese límite durante los últimos dos
siglos. La producción se ha hecho cada vez más eficiente, los mercados
cada vez más globales, y finalmente el paradigma del crecimiento
perpetuo ha llegado al punto de la disminución de la rentabilidad.
Por
cierto, a ese punto ya se llegó cerca de 1970. Desde entonces el
capital no ha buscado tanto el crecimiento mediante un aumento de la
producción, sino más bien mediante la extracción de mayores rendimientos
de niveles de producción relativamente limitados. De ahí la
globalización, que transfirió la producción a áreas de bajos salarios,
asegurando mayores márgenes de beneficios. De ahí la privatización, que
transfiere a inversionistas las corrientes de ingresos que antes
llegaban a los tesoros nacionales. De ahí mercados de derivados y
divisas, que crean la ilusión electrónica de crecimiento económico, sin
producir nada efectivamente en el mundo real.
Durante
casi cuarenta años, el sistema capitalista se mantuvo mediante estos
diversos mecanismos, ninguna de los cuales fue productivo en algún
sentido real. Y entonces, en septiembre de 2008, el castillo de naipes
se desplomó, de repente, poniendo de rodillas al sistema financiero
global.
Si
se estudia el colapso de las civilizaciones, se aprende que esa
incapacidad de adaptación es fatal. ¿Está cayendo en esa trampa nuestra
civilización? Tuvimos dos siglos de verdadero crecimiento, en los cuales
la dinámica de crecimiento del capitalismo estuvo en armonía con la
realidad del crecimiento industrial. Luego tuvimos cuatro décadas de
crecimiento artificial – el capitalismo sustentado por un castillo de
naipes. Y ahora, después del colapso del castillo de naipes, parece que
se hace todo esfuerzo posible por producir ‘una recuperación’ – ¡del
crecimiento! Es muy fácil obtener la impresión de que nuestra
civilización se encuentra en un proceso de colapso, basado en el
principio de la incapacidad de adaptación.
Una
impresión semejante sería parcialmente correcta y parcialmente
equivocada. A fin de comprender la situación real tenemos que hacer una
clara distinción entre la elite capitalista y el propio capitalismo. El
capitalismo es un sistema económico impulsado por el crecimiento; la
elite capitalista es la gente que se las ha arreglado para conseguir el
control del mundo occidental durante la operación del capitalismo en los
últimos dos siglos. El sistema capitalista ha sobrepasado su fecha de
vencimiento, la élite bankster conoce perfectamente ese hecho – y se
está adaptando.
El
capitalismo es un vehículo que ha ayudado a llevar a los banksters al
poder absoluto, y no tienen más lealtad a ese sistema que al lugar, o a
cualquier cosa o cualquier persona. Como mencioné anteriormente, piensan
a escala global, y naciones y poblaciones son los peones. Definen lo
que es dinero y lo emiten, exactamente como el banquero en un juego de
Monopoly. También pueden inventar un nuevo juego con otro tipo de
dinero. Hace tiempo que han llegado más allá de toda necesidad de
depender de algún sistema económico en particular para mantener su
poder. El capitalismo fue útil en una era de rápido crecimiento. Ante
una era sin crecimiento, se prepara un juego diferente.
Por
lo tanto, no se permitió que el capitalismo muriera una muerte natural.
En su lugar fue derribado mediante una demolición controlada. Primero
lo pusieron en un sistema de soporte vital, como mencionamos
anteriormente, con globalización, privatización, mercados cambiarios,
etc. Luego le inyectaron una solución eutanásica, en la forma de
burbujas inmobiliarias y derivados tóxicos. Finalmente, el Banco de
Pagos Internacionales –el banco central de los bancos centrales– canceló
el sistema de soporte vital: declaró la regla de ‘valoración a precios
de mercado’, que llevó a la insolvencia instantánea de todos los bancos
en posesión de riesgos, aunque tardó un tiempo antes de que fuera
aparente. Cada paso en este proceso fue cuidadosamente planificado y
dirigido por la clique de los bancos centrales.
El fin de la soberanía – La restauración del antiguo régimen
Tal
como fue dirigido cuidadosamente el colapso financiero, lo fue el
escenario posterior al colapso, con sus programas suicidas de rescate.
Los presupuestos nacionales ya estaban puestos al límite; ciertamente no
había reservas disponibles para salvar a bancos insolventes. Por lo
tanto los compromisos de rescate no eran otra cosa que la aceptación de
nuevas deudas astronómicas por los gobiernos. A fin de pagar los
compromisos del rescate, ¡hubo que pedir prestado el dinero al mismo
sistema financiero que era rescatado!
No
era que los bancos fueran demasiado grandes para quebrar, más bien los
banksters eran demasiado poderosos para quebrar: hicieron a los
políticos una oferta que no podían rechazar. En EE.UU. se dijo al
Congreso que sin rescates habría ley marcial a la mañana siguiente. En
Irlanda, se dijo a los ministros que habría caos financiero y disturbios
en las calles. De hecho, mientras Islandia se manifestaba, la manera
sensata de tratar a los bancos insolventes fue un proceso ordenado de
suspensión de pagos.
El
efecto de los rescates bajo presión fue transferir la insolvencia de
los bancos a los tesoros nacionales. Las deudas bancarias fueron
transformadas en deudas soberanas y déficits presupuestarios. Ahora, de
un modo bastante predecible, son las naciones las que buscan rescates, y
esos rescates llegan con condiciones. En lugar de la suspensión de
pagos de los bancos, tienen lugar las de las naciones.
En su libro Confesiones de un sicario económico,
John Perkins explica cómo se ha coaccionado al Tercer Mundo durante las
últimas décadas –mediante presión y trucos de diversos tipos– para que
acepten una esclavitud perpetua de endeudamientos. Intencionalmente, las
deudas nunca pueden ser pagadas. En su lugar, las deudas deben ser
periódicamente refinanciadas, y cada vuelta de refinanciamiento entierra
más profundamente a la nación en deudas – y la lleva a someterse a
dictados aún más drásticos del FMI. Con el colapso financiero
orquestado, y el timo del ‘demasiado grande para quebrar’, los banksters
han creado una situación en la que no hay vuelta atrás: los planes del
sicario operan ahora aquí en el primer mundo.
En
la UE, la primera vuelta de naciones en caer serán los así llamados
PIGS –Portugal, Irlanda, Grecia, y España. La ficción de que los PIGS
pueden encarar los rescates se basa en la suposición de que se reanudará
la era del crecimiento ilimitado. Como lo saben perfectamente los
banksters, simplemente no va a suceder. Finalmente los PIGS se verán
forzados al default, y entonces el resto de la UE también se derrumbará, todo parte de un proyecto de demolición controlada.
Cuando
una nación sucumbe a la esclavitud por la deuda, deja de ser una nación
soberana, gobernada por algún tipo de proceso político interno. En su
lugar cae bajo el control de los dictados del FMI. Lo que hemos visto en
el Tercer Mundo, y sucede ahora en Europa, esos dictados tienen que ver
con austeridad y privatización. Las funciones del gobierno son
eliminadas o privatizadas, y los activos nacionales son vendidos. Poco a
poco –de nuevo una demolición controlada– la nación Estado es
desmantelada. Finalmente, las funciones primordiales que le quedan al
gobierno son la represión policial de su propia población, y el cobro de
impuestos para entregarlos a los banksters.
En
los hechos, el desmantelamiento de la nación Estado comenzó mucho antes
del colapso financiero de 2008. En EE.UU. y Gran Bretaña comenzó en
1980 con Reagan y Thatcher. En Europa, comenzó en 1988, con el Tratado
de Maastricht. La globalización aceleró el proceso de desmantelamiento, a
través de la exportación de puestos de trabajo e industrias, programas
de privatización, acuerdos de ‘libre comercio’ y el establecimiento de
la Organización Mundial de Comercio (OMC), destructora de regulaciones.
Los eventos desde 2008 han posibilitado la rápida aceleración de un
proceso que ya estaba bien encaminado.
Con
el colapso, los rescates, y el hecho de que no haya iniciado ningún
tipo de programa efectivo e recuperación, las señales son muy claras: se
dejará que el sistema colapse totalmente, allanando así el terreno para
una ‘solución’ previamente diseñada. Mientras se desmantela la nación
Estado, se establece un nuevo régimen de autoridad global para
reemplazarla. Como podemos ver en el caso de la OMC, el FMI, el Banco
Mundial, y las otras partes del embriónico gobierno global, el nuevo
sistema global no mostrará pretensiones de representación popular o
proceso democrático. El gobierno tendrá lugar a través de burocracias
autocráticas globales, que recibirán sus órdenes, directa o
indirectamente, de la camarilla bankster.
En su libro The Globalization of Poverty [La globalización de la pobreza], Michel Chossudovsky
explica cómo la globalización, y las acciones del FMI, crearon una
pobreza masiva en todo el Tercer Mundo durante las últimas décadas. Como
podemos ver, con el dramático énfasis en la austeridad, después del
colapso y los rescates, este proyecto de creación de pobreza ya no tiene
vuelta atrás. En este nuevo sistema mundial no habrá ninguna clase
media próspera. Por cierto, el nuevo régimen se parecerá en mucho a los
antiguos días de la realeza y la servidumbre (el antiguo régimen). Los
banksters son la nueva familia real, y todo el mundo será su dominio.
Los tecnócratas que dirigen las burocracias globales, y los mandarines
que se presentan como políticos en las naciones residuales, son la clase
superior privilegiada. El resto de nosotros, la abrumadora mayoría, nos
veremos en el papel de los siervos empobrecidos – si tenemos la suerte
de ser uno de los supervivientes al proceso de colapso.
Actualmente, los estadounidenses se indignarían si tropas de la ONU entraran a Los Angeles para restaurar el orden; mañana lo agradecerán. Vale especialmente si se les dice que hay una amenaza exterior del más allá, sea real o promulgada, que amenazaría nuestra propia existencia. Entonces todos los pueblos del mundo rogarán a los dirigentes del mundo que los liberen de ese mal. Lo único que todo hombre teme es lo desconocido. Cuando se le presenta ese escenario, renunciará voluntariamente a los derechos individuales a cambio de la garantía de su bienestar otorgada por su gobierno mundial. – Henry Kissinger, hablando en Evian, Francia, 21 de mayo de 1992, reunión de los Bilderberger.
El fin de la libertad – El Estado policial global
Durante
las últimas cuatro décadas, desde aproximadamente 1970, hemos estado
viviendo un proceso de cambio de régimen, de un antiguo sistema global a
un nuevo sistema global. En el antiguo sistema, las naciones del primer
mundo eran relativamente democráticas y prósperas, mientras el Tercer
Mundo sufría bajo la tiranía de Estados policiales, pobreza masiva, e
imperialismo (explotación por potencias extranjeras). Como mencionamos
anteriormente, el proceso de transición ha sido caracterizado por un
cruce del Rubicón – la introducción al primer mundo de políticas y
prácticas, que antes eran limitadas, en la mayor parte, al Tercer Mundo.
Por
lo tanto la esclavitud de la deuda con el FMI cruzó el Rubicón,
posibilitado por el timo del colapso-rescate. Por su parte, la pobreza
masiva está cruzando el mismo Rubicón, debido a medidas de austeridad
impuestas por el FMI, con sus nuevos poderes de posesión de bonos. El
imperialismo también está cruzando el Rubicón, mientras el primer mundo
cae bajo el control explotador de los banksters y sus burocracias, un
nexo del poder que es ajeno a todas las identidades nacionales. No es
sorprendente que la tiranía del Estado policial también esté cruzando el
Rubicón: la imposición de niveles de pobreza del Tercer Mundo requiere
métodos de represión del Tercer Mundo.
El
movimiento contra la globalización puede ser considerado como el
comienzo de la resistencia popular contra el proceso de cambio de
régimen. De la misma manera, la reacción policial a las manifestaciones
contra la globalización de Seattle, en noviembre de 1999, puede ser
interpretada como el ‘cruce del Rubicón’ de la tiranía policial estatal.
La violencia excesiva y arbitraria de esa reacción –incluyendo cosas
como mantener abiertos los ojos de la gente y pulverizar pimienta en
ellos– no tuvo precedentes en acciones contra manifestantes no violentos
en una nación del primer mundo.
Irónicamente,
la reacción policial, especialmente porque fue tan ampliamente
publicitada, fortaleció realmente el movimiento contra la globalización.
A medida que las manifestaciones crecían en tamaño y fuerza, la
reacción policial se hizo aún más violenta. Un cierto clímax fue
alcanzado en Génova, en julio de 2001, cuando los niveles de violencia
de ambas partes casi comenzaron a parecer una guerra de guerrillas.
En
esos días el movimiento contra la globalización dominaba las páginas de
noticias internacionales, y la oposición a la globalización alcanzaba
proporciones masivas. El movimiento visible era solo la punta de un
iceberg antisistémico. En un sentido muy real, el sentimiento popular
general en el primer mundo comenzaba a tomar un giro radical. Los
dirigentes del movimiento pensaban ahora en términos de un movimiento
anticapitalista. Había volatilidad política en el aire, en el sentido de
que, posiblemente, un sentimiento popular ilustrado podría lograr un
cambio en el curso de los eventos.
Todo
eso cambió el 11 de septiembre de 2001, el día en el que cayeron las
torres. El movimiento antiglobalización, junto con la propia
globalización, desaparecieron casi enteramente de la conciencia pública
en ese día aciago. De repente había un escenario global totalmente
nuevo, todo un nuevo circo mediático – con un nuevo enemigo – un nuevo
tipo de guerra, una guerra sin fin, una guerra contra fantasmas, una
guerra contra el “terrorismo”.
Anteriormente
vimos cómo el colapso financiero orquestado de septiembre de 2008
posibilitó que ciertos proyectos existentes fueran rápidamente
acelerados, como ser el desmantelamiento de la soberanía, y la
imposición de austeridad. Del mismo modo, los eventos de septiembre de
2001 posibilitaron que otros proyectos existentes fueran acelerados
considerablemente, como ser el abandono de las libertades civiles y del
derecho internacional.
Antes
de la caída de las torres, ya habían redactado la “Ley Patriota”, que
proclama de manera muy clara que había llegado el Estado policial (a
EE.UU.) con toda su fuerza y para quedarse – la Declaración de Derechos
perdió su fuerza legal. Antes de mucho tiempo, legislación
‘antiterrorista’ semejante había sido adoptada en todo el primer mundo.
Si algún movimiento antisistémico volvía a levantar cabeza en el primer
mundo (como lo hizo, por ejemplo, recientemente en Grecia), se podrían
poner en práctica poderes policiales arbitrarios –tantos como fuera
necesario– para aplastar la resistencia. No se permitiría que ningún
movimiento popular desbaratara los designios de cambio de régimen de los
banksters. El movimiento antiglobalización había estado gritando: ‘así
es la verdadera democracia’. Con el 11-S, los banksters replicaron: ‘así
es la verdadera opresión’.
Los
eventos del 11-S llevaron directamente a las invasiones de Iraq y
Afganistán, y en general ayudaron a crear un clima en el cual se pudo
justificar fácilmente las invasiones de naciones soberanas, con una u
otra excusa. El derecho internacional fue abandonado de un modo tan
exhaustivo como lo fueron las libertades civiles. Tal como se eliminó
toda restricción de las intervenciones policiales interiores, se eliminó
toda restricción de las intervenciones militares geopolíticas. Nada
debía ponerse en el camino de los planes de cambio de régimen de los
banksters.
La era tecnotrónica involucra la aparición gradual de una sociedad más controlada… dominada por una elite, no limitada por valores tradicionales… esta elite no dudaría en lograr sus objetivos políticos utilizando las últimas técnicas modernas para influenciar la conducta pública… La persistencia de la crisis social, la emergencia de una personalidad carismática, y la explotación de medios de masas para obtener la confianza pública serían los escalones en la transformación de a poco de EE.UU. en una sociedad altamente controlada… Además, podría ser posible –y tentador– explotar para fines políticos estratégicos los frutos de la investigación sobre el cerebro y la conducta humana – Zbigniew Brzezinski, La era tecnotrónica, 1970.
La era post capitalista – Nuevos mitos para una nueva cultura
Puede
que 2012 no sea el año exacto, pero cuesta ver que la jugada final dure
mucho más – y los amos del universo aman el simbolismo, como en 11-S
(tanto en Chile como en Manhattan), ELK007, y otros. 2012 está cargado
de simbolismo, por ejemplo el Calendario Maya, e Internet es un
hervidero de diversas profecías relacionadas con 2012, estrategias de
supervivencia, espera de intervenciones alienígenas, etc. Y luego está
la cinta de Hollywood, 2012,
que presenta explícitamente el fin de la mayor parte de la humanidad, y
la salvación planificada previamente de unos pocos. Uno nunca sabe con
las producciones de Hollywood, lo que es fantasía escapista, y lo que
apunta a preparar simbólicamente la mente del público para lo que
vendrá.
Sea
cual sea la fecha exacta, toda la serie se entrelazará, geopolítica e
interiormente, y el mundo cambiará. Será una nueva era, tal como el
capitalismo fue una nueva era después de la aristocracia, y la Alta Edad
Media siguió a la era del Imperio Romano. Cada era tiene su propia
estructura, su propia economía, sus propias formas sociales, y su propia
mitología. Esas cosas deben relacionarse coherentemente entre sí, y su
naturaleza proviene de relaciones de poder y de circunstancias
económicas fundamentales del sistema.
Cada
vez que hay un cambio de era, la era anterior es satanizada en una
nueva mitología. En la historia del Jardín del Edén la serpiente es
satanizada – un símbolo reverenciado en el paganismo, el predecesor del
monoteísmo. Con la aparición de las naciones Estado europeas, fue
satanizada la Iglesia Católica, y se introdujo el protestantismo. Cuando
llegaron las repúblicas, la satanización de los monarcas fue una parte
importante del proceso. En el mundo posterior a 2012, se satanizará la
democracia y la soberanía nacional. Esto será muy importante, para
conseguir que la gente acepte un régimen totalitario arbitrario…
En
esos terribles días tenebrosos, antes de la bendita unificación de la
humanidad, la anarquía reinaba en el mundo. Una nación atacaba a otra,
nada mejor que los depredadores en la selva. Las naciones no tenían
coherencia a largo plazo; los votantes pasaban de un partido al otro,
manteniendo siempre en transición y confusión a los gobiernos. ¿Cómo
pudo llegar alguien a pensar que las masas de gente semieducada podrían
gobernarse, o dirigir una sociedad compleja? La democracia era un
experimento mal concebido que condujo solo a la corrupción y al gobierno
caótico. ¡Qué suerte tenemos de estar en este mundo tan ordenado, en el
cual la humanidad ha llegado finalmente a crecer, y en el cual aquellos
con la mejor experticia toman las decisiones para todo el globo!
El
capitalismo tiene que ver con crecimiento, progreso, y cambio. Bajo el
capitalismo las virtudes de ambición, iniciativa y competitividad son
elogiadas, porque esas virtudes sirven la dinámica del capitalismo. La
gente es alentada a acumular cada vez más, y a no darse jamás por
satisfecha con lo que tiene. Bajo el capitalismo, la gente tiene que
tener un poco de libertad, y un poco de prosperidad, para que la
dinámica del capitalismo pueda operar. Sin una cierta libertad, la
ambición no puede motivar; sin prosperidad ¿cómo se puede lograr la
acumulación? En el mundo post capitalista, las virtudes capitalistas
serán satanizadas. Será muy importante para lograr que la gente acepte
la pobreza y la regimentación…
La
busca de dinero es la raíz de todo mal, y el sistema capitalista es
inherentemente corrupto y derrochador. La anarquía reinaba en el
mercado, mientras las corporaciones buscaban a ciegas beneficios, sin
preocuparse por las necesidades humanas o por la Tierra. Cuánto más
sensatas son nuestras brigadas de trabajo, que producen solo lo
necesario, y usan solo lo que es sustentable. El capitalismo alentaba la
codicia y el consumo; la gente luchaba para competir los unos contra
los otros, por ‘ser los primeros’ en la carrera de ratas. Cuánto más
sabios somos ahora, que vivimos con nuestras cuotas racionadas, y
aceptamos los deberes que se nos asignan, sean cuales sean, sirviendo a
la humanidad.
En
este cambio de régimen que introduce la era post capitalista, vemos una
orquestación consciente de economía, política, geopolítica y mitología –
como un proyecto coordinado. Se está creando toda una nueva realidad,
toda una nueva cultura global. Cuando se trata del tema, la capacidad de
transformar la cultura es la máxima forma de poder. En solo una
generación, una nueva cultura se convierte “en así son las cosas”. ¿Y
qué, podemos preguntar, podría bloquear el camino de algunas futuras
manipulaciones del régimen cultural que pueda prever la familia real
bankster?
Desde
que se introdujo la educación pública, el Estado y la familia han
competido por controlar el condicionamiento de la infancia – y en la
infancia se transmite la cultura a la próxima generación. En el
micro-administrado futuro post capitalista, es muy probable que veamos
la ‘solución final’ del control social, o sea que el Estado monopolice
la educación de los niños. Eso eliminaría de la sociedad el lazo entre
padre e hijo, y de ahí los lazos relacionados con la familia en general.
Ya no existe un concepto de parientes, solo de otros miembros de la
colmena. La familia debe ser satanizada. Aquí en Irlanda, ya hay
anuncios publicitarios en la televisión que dramatizan los sufrimientos
de niños que son abusados o descuidados por sus padres…
Qué
horribles eran esos días, cuando parejas sin permiso, sin capacitación,
tenían control total sobre niños vulnerables, tras puertas cerradas,
con todas las neurosis, adicciones, o perversiones que los padres
llegaran a tener. ¿Cómo existió durante tanto tiempo ese vestigio de
esclavitud patriarcal, la guarida refugio del abuso infantil, sin ser
reconocida por lo que era? Cuánto mejor nos va ahora, con niños educados
científicamente, por personal capacitado, que les enseña disciplina y
valores sanos.
Este artículo apareció primero en New Dawn Nº 128 (septiembre-octubre de 2011).
RIchard K Moore,
es un expatriado de Silicon Valley en retiro, emigrado a Irlanda en
1994 para comenzar su ‘verdadero trabajo’ – tratar de comprender cómo
funciona el mundo, y cómo podemos mejorarlo. Muchos años de
investigación y escritura culminaron en su libro ampliamente aclamado
Escaping the Matrix: How We the People Can Change the World (The
Cyberjournal Project, 2005).
No hay comentarios:
Publicar un comentario