Después de regenerar la figura de Stalin (Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra,
El Viejo Topo), el filósofo italiano Domenico Losurdo vuelve a sacudir
con su irreverencia impecablemente documentada y argumentada los
patrones históricos preestablecidos, ahora desmitificando la figura de
Gandhi.
Por Pascual SERRANO | www.pascualserrano.net | Le Monde Diplomatique | diciembre 12, 2011
Después de regenerar la figura de Stalin (Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra,
El Viejo Topo), el filósofo italiano Domenico Losurdo vuelve a sacudir
con su irreverencia impecablemente documentada y argumentada los
patrones históricos preestablecidos, ahora desmitificando la figura de
Gandhi. Para comenzar deja en evidencia ese manido recurso de quienes
dicen estar en contra de todo tipo de violencia, Losurdo comparte una
tesis ya defendida por Alfonso Sastre según la cual si renegamos de la
violencia de todo Estado es que negamos del Estado y si denunciamos la
violencia de todos los movimientos y organizaciones no estatales estamos
solo condenando al más débil. Su objetivo con este libro será “mostrar
los dilemas, 'traiciones' decepciones y auténticas tragedias con que ha
tropezado el movimiento inspirado en el ideal de la no violencia”. Así,
Losurdo desmonta el mito pacifista de Gandhi y repasa el compromiso del
apóstol indio con el reclutamiento de ciudadanos de su país para el
ejército británico en la Primera Guerra Mundial, incluso su iniciativa
de unirse a los británicos en sus acciones armadas para sofocar los
levantamientos de las colonias zulús en África, lo que muestra que ni
era tan pacífico ni tan rebelde contra la metrópoli. Ya desde su
presencia en Sudáfrica, el objetivo de Gandhi era incorporar a los
indios en el grupo social de la élite blanca más que combatir el
racismo, como bien muestra el autor en las citas que reproduce de los
textos de Gandhi.
Frente a una violencia revolucionaria,
reivindicada por Marx, Engels o Lenin, que se enfrenta a la explotación y
que condena la Primera Guerra Mundial al considerarla como una matanza
de trabajadores contra trabajadores, Gandhi busca el reconocimiento del
fuerte poniéndose de su lado. Es lo que Losurdo presenta como la
dicotomía cooptación/emancipación. Gandhi, en un primer momento, junto
con los laboristas ingleses e italianos, “reivindica la cooptación de la
clase obrera en la clase dominante en Occidente, aunque ello signifique
avalar guerras y violencias sangrientas en perjuicio de los pueblos
coloniales. Una postura que Engels y las corrientes más radicales del
movimiento socialista rechazan de lleno”. Una vez comprobado que su
estrategia no sirvió y el imperio británico sigue humillando y
marginando a sus compatriotas comienza a enfrentarse a la opresión de la
raza blanca, condena la industrialización occidental, reivindica la
superioridad moral de la India (ahimsa), presenta a Dios de su
parte y termina liderando un nacionalismo religioso. De este modo Gandhi
incorpora el martirio en su forma de lucha (“Quién pierda su vida, la
ganará y quien intente salvarla, la perderá”). Mientras que el partido
de Lenin lucha con la convicción de actuar en consonancia con la
irresistible corriente de la historia, en el partido de Gandhi está
convencido de poseer la ayuda divina. Tal y como sucede con los
feyahidines, la violencia/no violencia de la lucha de Gandhi es, ante
todo, una misión moral que se verá premiada con la salvación eterna.
Política y religión irán indisolublemente unidas. Su carisma y heroísmo
será su principal patrimonio que le legitima como líder, de ahí la
conmoción social que provocan sus ayunos de protesta.
No acaban aquí la revelaciones audaces de
Losurdo sobre Gandhi, encontraremos el ruralismo fascista del líder
indio que le lleva a simpatizar con Mussolini (“salvador de la nueva
Italia”, “muchas de sus reformas me atraen”) y sus agresiones a Abisinia
y Etiopía (“sólo puedo rezar y confiar en que haya paz”). Más tarde se
verá su indecisión a apoyar a los aliados contra el nazismo (“no deseo
la derrota de Gran Bretaña, pero tampoco la derrota de los alemanes”,
”Roosevelt y Churchill son tan criminales como Hitler y Mussolini”).
Losurdo denuncia que los constructores de
las historia “han erigido al líder indio en apóstol y mártir de la no
violencia frente a los héroes de los movimientos revolucionarios por la
emancipación de los pueblos coloniales; y así, inopinadamente, Gandhi se
convierte en la antítesis de Mao, Ho Chi Minh, Castro y Arafat”.
Otro mito que desmonta Losurdo es la
supuesta eficacia de la “no violencia” de Gandhi en el logro de la
independencia de la India. Al fin y al cabo la descolonización de la
India se hizo en pleno proceso de descolonización mundial con un imperio
británico agotado por la guerra mundial, incluso Irlanda mediante su
sangrienta guerra logró la independencia veinticinco años antes. El
miedo a repetir esa experiencia, en opinión de Losurdo, es lo que hizo a
Inglaterra reconocer la independencia de la India.
No es Gandhi el único “pacifista” que
Losurdo desmitifica, también explica cómo Hannah Arendt aplica diferente
tabla de medir a la violencia judía contra el nazismo y la de los
pueblos coloniales y los negros contra sus opresores.
Otro líder de la no violencia cuya
trayectoria ha sido tergiversada por la historia es Martin Luther King.
Según nuestro autor, la ideología dominante elogia y canoniza al primer
King, al que aspira a conseguir que los negros sean partícipes del
“sueño americano”, pero condena al olvido al líder afroamericano que
condena el racismo blanco de Estados Unidos y la guerra colonial de
Vietnam y expresa su admiración por líderes negros comunistas.
Para terminar, Losurdo destapa la farsa
en torno al depositario de la herencia pacifista de Gandhi, el Dalai
Lama. Mientras se nos presenta el budismo y los monjes tibetanos como
sinónimo de no violencia y al comunismo como sinónimo de expansionismo y
violencia, Losurdo destapará el pasado de genocidio y exterminio a
manos del V Dalai Lama, la teocracia feudal con la que dominaron el
Tibet, los grupos tibetanos adiestrados, armados y equipados con
material bélico de Washington, el racismo y las vocaciones de limpieza
étnica de los Dalai Lama, el culto que el Tercer Reich reservaba al
Tíbet.
El repaso de estos falsos mitos
promovidos por el poder, que tiene como estrategia presentar a los
rivales de Occidente como la reencarnación de la violencia y a sus
amigos, como los nuevos Gandhis, lleva a Losurdo a denunciar las nuevas
políticas de subversión y manipulación de la opinión pública
internacional a través de las denominadas “revoluciones de colores”. Es
decir, promover rebeliones artificiales mediante el odio religioso,
étnico o cultural; financiar grupos minoritarios que activen estas
maniobras, magnificar su apoyo popular en los medios de comunicación y
establecer paralelismos entre sus líderes y los mitos no violentos
consolidados por la manipulación de la historia. Así, la “no violencia”,
antes arma de los débiles, se transforma en un arma más a disposición
de los poderosos y prepotentes que, incluso desde fuera de la ONU, están
decididos a imponer la voluntad del más fuerte. Ahora la proclamación
del ideal de no violencia coincide con la apoteosis de Occidente, que se
erige en garante de la conciencia moral de la humanidad y se considera
autorizado a provocar desestabilizaciones y golpes de estado.
Losurdo, Domenico. “La cultura de la no violencia”. Península. 2011. Traducción de Helena Aguilà
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