Investigación, análisis y opinión del humanismo contemporáneo


Avatar: Percepciones extendidas para una realidad desconocida

Por Raquel PARICIO | humanismeemergent.org


A veces arriesgar merece la pena. Después de haber oído sólo críticas de AVATAR sobre lo bien hecha que está la película, dudé de si era capaz de pasarme dos horas y media ante una retahíla de efectos generados estupendamente. Pero el riesgo siempre tiene su recompensa, así que jamás me quedaría sólo con mencionar la maravilla de producción, que crea el ilusionismo en cuanto a lo que es real y lo que es generado artificialmente, sobretodo de los personajes así como en la exquisitez de los parajes naturales, donde la sensibilidad de los efectos podría afectar a cualquier sistema nervioso, pero que sin embargo adolece del recurso que promete la inmersión en 3D, pues pocas escenas la explotan adecuadamente. Así que superada la fase de fascinación tecnológica, sólo se sobrevive a la película porque realmente, como toda película de ciencia ficción te promete una nueva visión de la evolución del ser humano, un futurible del que esperas tener más información sobre cómo arreglártelas en este planeta para poder pasar a otro estado, mejor o peor.

A pesar de que los comentarios a favor del contenido que he podido leer se basan sobretodo en hacer eco de la importancia de la protección del planeta, esa suerte de ecologismo que ahora nos culpabiliza a todos de los errores de “algunos” y que nos hablan de esa autorregulación inteligente que tiene la naturaleza y que al parecer responde también ante cualquier agresión, preferiría destacar los elementos más humanos, o dado el caso, quizá sobrehumanos, de la película. Quitando toda la parte bélica, propia de un guión que espera sostenerse económicamente, el belicismo pasa a un segundo plano, y se convierte en esa mosca molesta que va empañando la visión cuando lo que quieres ver es lo que hay detrás del cristal. Pues tras ese cristal, aparece el bosque encantado que hará las delicias que conectan tus terminales nerviosas con una realidad más transparente, traslúcida, donde la gama cromática extiende la percepción en una paleta de colores inagotables. Allí, en Pandora, sólo siento. Me imagino cómo debe ser esa conexión real entre la naturaleza, el resto de organismos vivos y el ser humano; si realmente podría conectarme por una suerte de sensores, que como humana, todavía no he despertado, con un universo también sensible. Si ambos podríamos comunicarnos y cabalgar al unísono. Mi cuerpo como un órgano más de todo el ecosistema natural. Y por tanto, en esa línea de percepción, ¿dónde están los límites entre mi cuerpo físico y ese cuerpo global? La película nos muestra que en Pandora, los “Na’vi” o cualquiera que finalmente haya conectado con su sensibilidad, es decir con la sensibilidad de una conciencia global, puede trascender y para ello ofrecen dos vías: trascender a la conciencia global o reencarnarse en otro cuerpo. Sobre ese paso, ese tránsito, el cómo son las cosas fuera de nuestro cuerpo contenedor, realmente ¡qué mala educación hemos recibido!

Desafortunadamente no creo que la ciencia ficción nos de la clave, aunque al menos se atreven a plantearla, a dar algún tipo de esperanza, que convenza o no al espectador es cuestión de la experiencia personal de cada uno, y si, me atrevo a decir que es cuestión de experiencia personal, no de creencias.

Concluyendo, podría haber hecho todo un símil entre las promesas de las tecno-utopías de la era de la información, donde esas conciencias globales se han convertido en redes sociales interplanetarias; donde la electricidad, extensión del sistema nervioso se lanza fuera de nuestros cuerpos para convertirse en un corpus colectivo virtual, pero no, creo que lo que sucede en Pandora es diferente. Por mucho que avance la tecnología, al menos próximamente, todavía no permite que nuestro sistema nervioso esté tan refinado como el de los na’vi. Porque creo que no se trata sólo de externalizar, que también, sino de internalizar, de hacerse con el registro interno de lo que es una experiencia extendida de percepción y así cabalgando con ella avanzar como diosas de la verdadera sabiduría.

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